Una luz en la oscuridad
Parecía que hubiese pasado una eternidad desde aquel día. El
día en que Fittz y ella se escaparon hasta las fraguas. Su padre les había
prohibido que saliesen del pueblo, que se había convertido en un campamento de
refugiados atestado de gente. Les había prohibido que saliesen, pero se habían
ido igualmente.
Las cosas estaban calientes, según decían los adultos.
Calientes como las propias fraguas. Al menos cuando éstas funcionaban.
Llevaban paradas desde que comenzó todo, y la actividad y el
revuelo de los extraños que ahora abarrotaban los alrededores, había sustituido
al alboroto de los trabajadores que se levantaban al alba para ir a las minas.
El aire ya no olía a metal fundido, algo que echaba terriblemente de menos,
pues era su olor favorito en el mundo. Ahora todo le llenaba la nariz con un
hedor repugnante. A enfermedad… y otras cosas desagradables.
Lo notó aún más cuando llegaron al origen, y casi tuvo que
cubrirse la boca con la mano para no vomitar. Tenía el estómago revuelto.
Los vio. Los vio desde la colina que separaba las fraguas,
expuestas al aire libre. Un respiro cuando los turnos permitían descansar de
las minas.
Los vio allí abajo, las caras cubiertas por pañuelos,
quemando los cuerpos.
—Te lo dije. —susurró su amigo frunciendo los labios.
Fittz había estado allí, solo, el día anterior. Y ella no
había creído ni una palabra de aquella descabellada historia… hasta ahora.
Lo habían llamado pandemia. Al principio ignoraba el
significado de esa palabra, lo único que sabía era que todos enfermaban y
morían. Nadie hablaba de los muertos delante de ellos, pero no era necesario.
Eran niños; eso no significaba que fuesen tontos.
Tres días más tarde su madre también enfermó, y se la
llevaron con el resto de los infectados. No había vuelto a verla, pero para
entonces ya nadie podía engañarla…
Poco después sucedió lo mismo con su padre. Él intentó
dejarla con quien quisiese quedársela.
Nadie quiso.
Nadie quería otra boca más que alimentar.
Ni siquiera la familia de Fittz.
También temían el contagio.
Habían marcado la puerta de su casa cuándo se llevaron a su
madre, y su padre y ella no debían salir, pero él no quería dejarla sola.
Y al final tuvieron que ir juntos hasta la zona dónde estaba
el improvisado hospital.
Su padre murió enseguida, agotado y triste. Y ahora estaba
sola. Sola y… enferma.
Fue allí donde la conoció. Dónde conoció a la mujer azul.
Ella caminaba entre los demás sin miedo, con la loba siempre
pegada a los talones como una sombra, y la pequeña droide blanca siguiéndola
allá dónde iba.
No llevaba la cara cubierta, como los demás. Utilizaba un
pequeño respirador que no ocultaba sus peculiares rasgos.
—Eres azul. —le dijo cuándo se acercó.
—Así es. —ella sonrió y la ayudó a incorporarse para que se
bebiese lo que le ofrecía. Estaba amargo y caliente, y le hizo toser —Los de mi
especie lo somos...
Su voz era suave y amable, y sus rasgos extraños. No sólo
por el precioso color de su piel. Sus ojos sin pupilas brillaban a veces en la
oscuridad cuándo alguna luz reflejaba en ellos, cómo los de ciertos animales. Y
tenía cuernos. Unos bonitos cuernos rizados, como los de los carneros de la
granja de Stone.
Sintió el impulso de tocarle el pelo y extendió la mano,
retirándola de inmediato a medio camino. En parte por no molestarla con
impertinencias, y en parte porque ignoraba si el contacto sería agradable. Una
vez tocó por error un erizo de arena, y su madre pasó varias horas extrayéndole
las púas de la mano. El cabello de la mujer azul le recordaba un poco al erizo
de arena, bonito pero salvaje. Era un cabello diferente a todos los que había
visto anteriormente. Diferente como lo era la propia mujer. Rojo, como el sol
cuando se ponía sobre las canteras. Recogido en numerosas rastas de las que
parecía querer escapar a toda costa, podría resultar áspero, o
sorprendentemente esponjoso. Se moría por salir de dudas.
La loba se acercó a olisquearla, y ella recogió la mano
temiendo que pudiese contagiarla.
Al igual que su dueña, tampoco el animal parecía tener miedo.
—Se llama Kella. Y ella, —dijo la mujer azul señalando a la
droide —es Charming. Yo soy TinHinan. No te preocupes por ella, los animales
raras veces se infectan con nuestras enfermedades.
La loba era blanca y negra, con la cara salpicada de azul,
al igual que sus ojos. Unos ojos brillantes e inteligentes que parecían reflejar
el cosmos.
La acarició tras las orejas, y ella se dejó hacer, apoyando
el hocico sobre la cama, resoplando un suspiro de satisfacción.
—¿Me voy a morir? —TinHinan se detuvo unos segundos,
mirándola, y a ella le pareció que no quería mentirle, pero tampoco decirle la
verdad —No me importa, en serio...
Pero no respondió.
Sin embargo, cuándo se fue para atender a los demás, dejó
que Kella se quedase con ella.
Tenerla cerca hacía que se sintiese menos sola.
Observaba a la mujer, moviéndose entre los camastros con
eficiencia, amable con todo el mundo. A veces, aquellos extraños ojos turquesa
sin pupila se cruzaban con los de ella y sonreía. Siempre sonreía.
Cuándo le subió la fiebre, la cabeza le jugaba malas
pasadas. Volvía a recorrer los exteriores en su aerodeslizador, con Fittz tras
ella, luchando por adelantarla pero sin llegar a conseguirlo. Podía sentir la
brisa caliente en la cara y alborotándole el pelo, agradable y familiar. Hasta
que el calor se volvía insoportable, sólo comparable con estar dentro de los
hornos de la fundición. Y el recuerdo de los cuerpos arrojados al interior la
hacía estremecerse y temblar de miedo. La devolvía a la realidad con una dolorosa
sensación de pérdida, y sólo deseaba volver a salir de allí para sentir la
arena entre los dedos una vez más, a veces tan fría como el hielo, aunque el
sol estuviese aún en lo más alto del día.
Y cuándo se encontró peor, ella vino y le dio algo para
dormir.
Y dejó de sentir dolor.
* * *
El sol se ponía, y los últimos rayos, de ese rojo intenso
típico del planeta, descendían reflejando en el mineral que descansaba en el
interior de las vagonetas. Era un espectáculo precioso, un juego de espejos que
contrastaba con fuerza entre el horror y la devastación que la epidemia dejaba
a su paso.
Lond agonizaba. O al menos los más desfavorecidos, los de
siempre. Para los demás, la gente importante y adinerada, todo había quedado en
una excursión a las estaciones espaciales que orbitaban en torno al planeta.
Allí estarían a salvo del contagio, y lejos de ver las escenas que la pandemia
dejaba a su paso. Porque sí, desde sus pequeñas lunas artificiales, podían
esperar cómodamente a que todo pasase sin ser testigos de nada. ¿A quién podían
interesarle sucesos tan desagradables?
El pequeño planeta minero sufría el éxodo de las clases
sociales, que emigraban en busca de algo mejor. La pobreza, el hambre y la
epidemia, se había cebado con los que se habían quedado.
Habían aislado a los refugiados, abandonándolos a su suerte en
aquel planeta, apiñados en campamentos improvisados cerca de las minas y la
fundición, tratando de mantener una cuarentena.
Se morían, y el gobierno había bloqueado toda comunicación
con el exterior, impidiendo que la noticia del brote se extendiese, y también
la posibilidad de poder conseguir los medicamentos necesarios. El miedo a la
repercusión en el mercado era voraz, harían lo que fuese necesario para evitar
que los precios cayesen en picado.
Unos pocos aquí, en el campamento, habían logrado contactar
con un grupo de exiliados que estaban fuera del planeta. Les habían prometido
medicinas y armas. Así que esperaban. Esperaban a unos contrabandistas lo
suficientemente listos como para colarse a través de el bloqueo tras el que se
atrincheraban. Y mientras tanto los días transcurrían y la gente moría.
Y así estaban las cosas.
El pesimismo la envolvió cuándo a la niña le subió la fiebre.
No era la única, ni la más joven. Tampoco era la primera que se había quedado
sola...
Sin embargo, algo hizo que aquella fuese la línea que la
hiciese cruzar hasta el desánimo.
Necesitaban esas medicinas urgentemente... Sin ellas no
podía hacer nada por esa gente, estaban vendidos. Por primera vez en mucho
tiempo se sentía impotente. Podía salvarlos, de tener acceso a los
medicamentos. Podía hacer más, mucho más, de no ser por el maldito gobierno y
su necesidad de taparlo todo.
Daba igual cuantos sistemas solares cruzase, esas eran la
clase de cosas que no cambiaban nunca en ninguna parte…
El sol se escondió por fin, dejando tras él el aire frío de
la noche. Y sólo las improvisadas luces del campamento se veían, rompiendo la
oscuridad total.
Regresó allí, había mucho que hacer, aunque no lo
suficiente. Nunca era suficiente…
Y el momento de lamentarse pasó tan rápido cómo había
llegado.
La niña había empeorado. Respiraba con dificultad y se
escuchaban claramente los murmullos de su pecho. Murmullos que se convertían en
estertores poco a poco. Ella abrió los ojos un momento y alzó la mano para
tocarle el pelo.
—Es suave… —susurró volviendo a cerrarlos enseguida, ya sin
fuerzas.
Sólo pudo aliviarla y proporcionarle un sueño sin
pesadillas. Uno del que, por suerte, ya no se despertaría. Eso sí podía
hacerlo. Podía proporcionarle paz.
* * *
Pasaba ya del mediodía cuándo vio a Kershel dirigirse hacia
ella apresuradamente. Sus hombros estaban hundidos por las preocupaciones y
había adelgazado considerablemente. Ya no se parecía en nada al hombre apacible
y sonriente que le había dado la bienvenida el primer día.
—Hemos recibido una transmisión, son ellos, están dentro de
la atmósfera. No la hemos contestado aún, no sabemos qué decirles... tenemos un
problema. —dijo cabizbajo —Los nuestros les prometieron cinco mil guineas, y no
han recibido el pago... Cuándo ésa gente llegue, no se lo van a tomar nada
bien. Eso si no se dan media vuelta con el cargamento...
—Tenemos que impedir que eso suceda, —repuso ella —si no nos
entregan las medicinas ésta gente estará condenada.
Eran cazarecompensas, pero si había un resquicio de humanidad
en aquellas personas, ella lo encontraría.
—Hay más, —dijo Kershel —te están buscando, Tin.
—Después, nos ocuparemos de eso después. —respondió alzando
una mano, cortando de raíz la réplica.
Fueron hasta la pequeña sala de transmisiones. Allí, los
hombres de Kershel se mantenían a la escucha. Hombres agotados y ojerosos.
—Reúne a unos cuantos más y tratad de encontrar cualquier
cosa de valor que haya. Lo que sea. —le dijo al que estaba junto a la puerta,
que salió corriendo sin cuestionarla.
Otro de ellos se levantó, cediéndole su sitio delante del
panel de control.
La voz de una mujer se escuchaba limpia a través de las
ondas de frecuencia. Kershel asintió, y alguien conectó un viejo monitor, dónde
una imagen comenzó a tomar forma.
—Transbordador Flying Mariposita a tierra… ¿me reciben?
La dueña de la voz era, efectivamente, una mujer pelirroja
de ceño fruncido.
—Tengo malas… no, pésimas noticias. —prosiguió exasperada —Sus coleguillas
exiliados nos han dejado colgados. Aceptamos el trabajo por cinco mil guineas.
¿Y sabe cuántas tenemos? ¡Cero! Incluso con la formación matemática más básica
puede uno deducir lo inmensamente cabreados que estamos.
Contuvo la respiración unos segundos, intentando pensar bien en lo que le
iba a decir. Necesitaba apaciguarla, ganar tiempo.
—Le pido disculpas y le doy mi palabra de que encontraremos la forma de
compensarles. Pero por favor, se lo ruego: sobre todo no se vayan. La carga que
llevan es de vital importancia para nosotros. Haremos lo que sea necesario para
que se sientan bien pagados por su viaje. Dennos algo de tiempo para reunir lo
que tengamos de valor, seguro que podremos llegar a un acuerdo. Manténganse en
el aire, no tomen tierra, es demasiado peligroso. Cambio y corto.
Todos se miraron un instante, hasta que ella comenzó a repartir órdenes. Esa
gente no iba a esperar eternamente, y no podían permitir que se fuesen con las
medicinas. Aquello iba a ser una contrarreloj. Kella frotó el hocico contra su
muslo, como tratando de infundirle ánimos, y se tomó un momento para
recompensarla con una caricia antes de salir a la carrera.
Poco después habían logrado reunir lo todo que tenían. Miró el palé dónde
lo habían apilado con ojo crítico. Arte, oro, antigüedades… Tenía valor, sí, aunque
les costaría encontrar compradores… No estaba segura de poder cerrar el trato
pero, qué demonios, no había nada más.
—Charming irá en la lanzadera, puede pilotarla. Eso nos facilitaría
mantener la cuarentena. —le dijo a Kershel —Además, he grabado un mensaje
explicando todo lo que está pasando aquí. La gente tiene que saberlo…
Él la miró y asintió.
—¿Crees que aceptarán todo esto?
—No tardaremos en averiguarlo. Volvamos al puesto de comunicación.
* * *
—Verás, no sé de qué coño va esto o quiénes sois tú y tu gente, pero… ¿Oro?
¿Joyas milenarias? ¿Obras de arte? Suena como si fuese parte del Tesoro
Nacional de Lond. Y eso no es vuestro, no es algo que podamos tomar así, sin
más…
—Todo lo que les hemos mandado sumaría una cuantiosa suma en el mercado
negro.
—¡Pero NO-ES-VUESTRO! ¿Y qué demonios es eso de llevarnos a la hojalata?
—Sólo necesitamos que la saquen de Lond. Da igual adónde vayan, ella podrá
seguir por su cuenta. Tiene un mensaje importante que llevar.
—No quiero llevarla, no quiero vuestras alhajas…
—¡Es todo cuanto tenemos! Además, no condenarían miles de vidas por una
cuestión de dinero, ¿verdad? Esta gente es inocente y… están totalmente
desamparados.
—¡No me gusta ni un pelo! Ni la hojalata polizona ni el pago en material
robado. No podéis pagarnos con algo que no os pertenece. ¿Porque sabes qué?
Algún día su legítimo dueño vendrá a patearnos el culo para recuperar algo que
nosotros ni siquiera le robamos. ¡Y no me apetece!
—¿A quién pertenece el Tesoro Nacional más que a su pueblo? Tenga en cuenta
que… están aquí en una (más que justificada y eternamente agradecible)
operación de contrabando. Por favor, tomen lo que se les ofrece.
—¡Lo que se me ofrece es transportar en mi nave mercancía ilegal!
—Le pido… no, le suplico que reconsidere su posición. Nuestra situación es
absolutamente extrema y desesperada. Siempre ha sido y será nuestra última
opción, pero si nos vemos obligados recurriremos a una posición ofensiva.
—¿En serio? Y dime… ¿todas las armas que tenéis ahí son antediluvianas,
como las antiguallas que llevo en la bodega? Porque si es así…
—Tenemos cañones láser X-200045 apuntando directamente a su cafetera
voladora. Tienen gran precisión sobre objetivos móviles. Y si nuestro ataque
falla, daremos aviso a las fuerzas armadas que bloquean el planeta. Cazas
potentes equipados con misiles de última generación. Si escapan a nosotros,
ellos no les dejarán salir con vida de aquí.
La pelirroja cortó la comunicación y se dio cuenta de que había dejado de
respirar. Quizá amenazarla no había resultado ser una buena idea… Había jugado
su última carta a la desesperada, y esperaba no tener que pagar el precio.
Allí, en el interior de la pequeña sala de transmisiones, todos aguardaban
tensos.
—¡Han soltado la carga! —gritó uno de los hombres aporreando la mesa con el
puño.
Y a ese primer grito le siguieron muchos más. Esperanza, por fin. Algo que
allí necesitaban casi tanto como las medicinas.
* * *
—Tin, tenemos que sacarte de aquí, no tardarán en venir a buscarte…
El gobierno había decidido deshacerse de la cabeza visible que daba las
órdenes al otro lado del muro. Siempre era mucho más sencillo si los mantenían
a todos manejables y dóciles. Aunque el ambiente general distaba mucho de ser
ni manejable ni dócil. El caso era que la gente había depositado en ella su
confianza y su respeto, y eso no lo podían permitir.
—¿Van a detenerme por atender a los enfermos? —la idea le pareció aún más
ridícula al decirla en voz alta.
—No, van a detenerte por practicar la medicina siendo veterinaria. —dijo
Kershel con gesto grave —Y una vez que te hayan cogido, Tin, no van a juzgarte,
ya me entiendes…
Pues sí, las cosas siempre se podían complicar aún más. Eso era algo que
nunca fallaba.
Suspiró agotada. Tenían las medicinas, y no tardaría mucho en enseñarles a
sintetizarlas y administrarlas.
—De acuerdo, deja que organice todo lo que tenemos y nos vamos.
—Hay una pequeña estación de servicio en medio de la nada, no muy lejos de
aquí. No suele estar muy transitada y podrás ocultarte hasta que encontremos un
sitio mejor… Te llevaremos hasta allí.
Kershel ladró órdenes a un muchacho, que salió a la carrera en busca de
alguien.
—Gracias.
—No, gracias a ti. —él le tendió una mano callosa y curtida por el sol, y
la estrechó con firmeza —No olvidaremos lo que has hecho por nosotros,
TinHinan.
* * *
Habían regresado a Lond y se habían deshecho del pago nada más conocer la
situación. Lo habían arrojado disimuladamente a un lugar discreto, y habían dado
aviso para que pudiesen ir a recogerlo.
Pero antes de eso… habían llevado a la hojalata a Mysydy, la mayor central
de comunicaciones del periodismo independiente, y ella había dado su mensaje. Y
vaya mensaje, joder.
El planeta había quedado bloqueado para que la noticia de la epidemia -¡una
epidemia!- no se extendiese.
Quedarse con un tesoro de viejas glorias a cambio de medicinas para salvar
miles de vidas no era precisamente ético. De cara al mercado, nadie querría
comprar nada que proviniese de allí. Todos lo verían como algo robado. Ella lo
veía como algo robado, maldita sea, aunque se guardaría bien de dejar que los
valores morales emergieran teniendo la excusa perfecta para hacer lo que debía
sin que lo pareciese. Porque de cara al negocio no les interesaba nada quedar
como unos aprovechados.
Y ahí estaban ahora, dispuestos a llevar a la hojalata con su legítima
dueña. Para ser sinceros y aprovechando la coyuntura, se moría de ganas de hacerle
a la mujer azul unas cuantas preguntas…
Enseguida descubrieron que la gente de Lond haría lo que
fuese por protegerla. Nadie quería hablar del tema. Nadie parecía entender ni
una sola palabra en su idioma. La estaban ocultando y era lógico puesto que, al
parecer, la buscaban para juzgarla a lo largo y ancho de todo aquel pequeño
sistema. Y la cuarentena tampoco facilitaba las cosas…
Azafrán estaba empezando a sentirse frustrada. Y cabía decir
que Azafrán frustrada era… bueno, era algo que a nadie le apetecería ver.
Punto.
Rischa le dio un codazo y señaló con un gesto a un chaval
sentado sobre unas cajas. Estaba solo, y parecía taciturno.
Se dirigieron hacia él con paso tranquilo, tratando de no
asustarlo.
—Eh, chico, estamos buscando a una mujer… —Azafrán rebuscó
en su bolsillo unas monedas —Una mujer azul.
El muchacho abrió los ojos de par en par y buscó un punto
por el que zafarse, sin embargo, Rischa fue más rápido y se lo impidió
sujetándolo del brazo.
—Oye, chaval, tranquilo, no queremos hacerle daño. —le dijo éste
con voz conciliadora —sólo queremos hablar con ella.
—No sé nada de mujeres azules…
Trató de soltarse nuevamente, nuevamente sin conseguirlo.
Tenía el marcado acento de allí, pero también dominaba, aunque de forma
rudimentaria, su lengua. El crío no había tenido la perspicacia de hacerse el
tonto, y ahora empezaba a darse cuenta de su error. Cambiaba el peso de un pie
al otro, tratando, nervioso, de evitar cualquier tipo de contacto visual con
ellos.
—Estás mintiendo.
Rischa la miró boquiabierto y puso los ojos en blanco.
—Tenemos algo que le pertenece —le dijo al chico apartándose
para que pudiese ver a la droide —La hojalata es suya.
Había reconocimiento en los ojos del muchacho. Sí, no se
había equivocado, conocía a la dichosa TinHinan.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Azafrán tratando de llegar
hasta él de una vez por todas.
—Fitzz.
—Está bien, Fitzz, la cosa es así: hay mucha gente buscando
a esa mujer, pero has tenido suerte, somos los únicos que no queremos
apresarla. Dinos dónde podemos encontrarla, antes de que otros lo hagan.
Las dudas treparon por su rostro enjuto y moreno. Se debatía
a medio camino entre una opción y la otra, evaluando cual sería la decisión
correcta.
* * *
—¿Una estación de servicio a cuatro horas de aquí? ¿En
serio? Joder, venga ya… Estaremos de suerte si llegamos los primeros…
—Azafrán, —Rischa apoyó una mano en su hombro, aún a riesgo
de perderla, dejándola despotricar un poco más —tu don de gentes apesta.
—Pues ha funcionado, ¿no? —resopló ella a modo de respuesta.
Texto escrito por deVice.
¡Que chula te ha quedado! ya tenía ganas de saber como se encontraron el resto de la tripulación del Flying Mariposita. Aunque me da pena la situación en la que se encuentra el planeta :(
ResponderEliminarQué bien que te haya gustado :3
ResponderEliminarMe encanta escribir sobre estos personajes, ¡tienen para todo!