Corpulento, malcarado y renqueante. Así era el hombre que aquella mañana se detuvo ante el Apfelchen , el pequeño velero de Blancanieves. Odbal estaba tumbado en la bañera de popa, sobre la piel que unos días antes había encontrado al borde de la ría, orgulloso como un general con un trofeo de guerra. Mientras tanto, Blancanieves repasaba los cabos y ni siquiera notó la presencia de aquel tipo que se había detenido, casi sin respiración, delante de su perro. - ¿Cuánto? – preguntó – ¿Cuánto quiere por eso? Un resoplido de fastidio escapó de los pulmones de ella al verse obligada a levantar la cabeza para atender a la impertinente pregunta. Le costó unos segundos asimilar la escena: el viejo marinero borracho señalando al animal; Odbal devolviéndole la mirada fijamente, enseñando los dientes… y aquella estúpida cuestión flotando en el aire salobre. Tan estúpida y molesta como el graznido de las gaviotas, pensó. - No está a la venta. Su perro era sagrado, habían pasado po
Pobre Donau.
ResponderEliminarLas diez cosas te dejan con ganas de más...
Y pobre Herbert.
Me ha encantado el detalle del nombre ^^
Y lo del lamento, tan triste y bonito al mismo tiempo, que ya notó Herbert en una de las fotohistorias T_T
Uf, pues menos mal que no han sido más, no hubiese sabido qué poner :__D
EliminarEl problema es que seguro que no es Herbert el único que la oye quejarse...
Es una historia muy triste, pobrecilla. Espero que tenga un buen final ^^
ResponderEliminarEl dibujo de ella es muy bonito.