Princesa Dererika
        La ley de mi pueblo es clara: el monarca que no respeta a los suyos ni cuida de ellos, debe morir.         Y es deber de sus herederos o, en su defecto, de sus consejeros poner fin a su reinado de negligencia.         Sin embargo mi padre vive cómodamente, tranquilo porque sus allegados son serviles aduladores y no tiene ningún heredero varón.         Tan obtuso, tan ciego, tan estúpido... no alcanzará a ver mi lanza antes de que le atraviese el corazón.